martes, 9 de junio de 2009

Muchas veces hacemos cosas aún sabiendo que no están bien, que no debeíamos hacerlas. Una vez empezado el proceso podemos hacer dos cosas: reconducir nuestra mala acción hacia buen puerto o seguir hasta el final, pase lo que pase, tenga las repercusiones que tenga.

Otras pocas, muy pocas, cuando hacemos cosas y creemos que es lo correcto, nos reconcome la conciencia diciéndonos que no es el momento, que debemos esperar, que todo va a acabar mal por adelantarnos a los acontecimientos. Pero aún así, terminamos de hacer eso que tanto nos agobia.

¿Y qué pasa si las conseciuencias son no dormir, no comer, no pensar en otra cosa que no sea esa acción? Podemos reaccionar de muchas maneras: restar importancia, pensar cada vez más en ello, dandole una y mil vueltas hasta hacer que nuestro cerebro reviente...

A veces hacemos cosas increíbles a la par que peligrosas. Cosas que quizá acaben una bonita historia, o quizá marquen el comienzo de algo maravilloso. Reflexionamos sobre la vida, nuestros actos, inquietudes... Y sentimientos. Pero esto es algo que nos cuesta. Nos cuesta abrirnos, nos cuesta expresarnos. Cuanto mayor sea un sentimiento, menos capaces somos de expresarlo. Inseguridad, miedo, inquietud, desesperanza, agobio, incredulidad, desamparo, pesadez, agonía... Sentimos pesar por que queremos que las cosas salgan bien, aún a riesgo de que no salgan como esperamos... bueno, como nos gustaría.

Y cuando lo que queremos expresar es por otra persona... por alguien que nos gusta, queremos o amamos, más difícil es cuanto mayor amor sintamos por ella.