martes, 12 de enero de 2010

Cambio.

Invierno. Mal tiempo, frío, ganas de no salir de la cama, de quedarse en la cama sin hacer absolutamente nada. Como cada día, hay que levantarse para cumplir con las obligaciones, así que salimos dispuestos a cumplir con nuestro cometido, sin mirar más allá que el día a día, uno tras otro. Rutina.

Soledad. Ensimasmiento, rutina, hacer las cosas por cuenta de uno mismo sin depender de nada ni nadie para afrontar lo que la vida nos tiene preparado. Hay veces que la soledad gusta, tranquiliza, hace sentir y pensar mejor, más incluso que con ayuda de otros que quizá hasta tengan las mimas ideas. Rutina.

Nunca me ha gustado ni lo uno ni lo otro. Hasta que una de esas cosas cambia... para bien.

Supongamos que estos dos elementos se unen. Supongamos que existe una persona que está sumida en la más profunda soledad, y su vida es un contínuo invierno, nieva y llueve constantemente y no se prevé ni un pequeño cambio en quién sabe cuánto tiempo.


Y supongamos que, en el momento más inesperado, en el lugar menos sospechado, y cuando menos te lo esperas, aparece un rayo de luz que disipa todas las nubes. Un rayo que devuelve la luz a la vida, que hace renacer por dentro como una persona totalmente nueva e infunde una seguridad y confianza como nunca antes se había experimentado. Algo que hace pensar "oh, Dios mío, ¿por qué no nos han presentado antes?."

Una sonrisa decora mi cara desde que la conocí. Bueno... Eso puede sonar algo idílico, así que seamos realistas y no escribamos para quedar bien.
Y es que nadie en su sano juicio podría advertir que pasaría lo que finalmente ocurrió. Todo ocurrió tan rápido, pilló tan de sorpersa... Dos almas que después de años de existencia se unen y van descubriendo poco a poco quién es ese ser extraño que en un abrir y cerrar de ojos se ha colado en su vida. ¡Y de qué manera, oigan!
En pocos días esa figura que fugazmente compartieron dos tardes va adquiriendo una cara, una personalidad, unos sentimientos, una vida entera. Una vida que se estaría dispuesto a compartir, y con mucho gusto.

Eres el mayor rayo de luz que he tenido en mi vida. Iluminas y calientas mi vida, que antes era apagada, fría y en soledad. Ahora se presenta un precioso futuro por delante, me arropas y me das calor, y la soledad es una palabra que estoy comenzando a olvidar.

Y lo mejor de todo... es que no ha hecho más que comenzar.