miércoles, 19 de mayo de 2010

Buscando la felicidad.

Capítulo 2. Traductor.

Bueno, chicos. No siempre he estado dentro de una ambulancia desde que comencé mi andadura en Cruz Roja. Empecé dos mese antes de cumplir los 18, por lo que no podía pertenecer a Socorros y Emergencias. Así que, por lo menos, me daban ocupaciones con las que podía trabajar codo con los sanitarios. Una de esas ocupaciones era encargarme de las comunicaciones entre la base, con una enfermería, y la ambulancia. También recibía los avisos del 112, para trasladarlos al equipo. Pero en la noche de San Juan, pasó algo que cambiaría para siempre mi labor en Cruz Roja; incluso cuando empezase a ser sanitario...

Yo estaba encerrado en el cuartillo de comunicaciones. Sólo estábamos una radio, un portátil, cientos de mapas y yo. De pronto, oí cómo un montón de gente entraba en el puesto de socorro. Gritos y golpes por todos lados, no debía ser del todo bueno...
Cuando abrí la puerta, me encontré a un grupo de jóvenes ingleses llorando y gritando. Al llegar a la enfermería, ví una chica con la cabeza llena de sangre, el vestido desgarrado y moratones por todo el cuerpo. Habían intentado robar su bolso, ella se defendió, pero...

Mis compañeros no podían hacer que dejara de moverse. Estaba muy nerviosa, tenía un ataque de ansiedad. Así que me acerqué a ella:

-Dont't worry. Please, calm down, if not, we can't do anything to help you. Please, relax and tell me what happened; I'll try to help you.

Obviamente, fue mucho más lo que le dije. Pero el que alguno de nosotros supiese hablar su idioma le relajó de una manera asombrosa. Dejó de patalear, de llorar, y se estuvo quieta, permitiendo que pudiésemos tratarla.
Me contó todo lo que le pasó y, con ayuda de su relato y de la descripción por parte de sus compañeros, pudimos dar el aviso a la policía y éstos, después de relativamente poco tiempo, dieron con el sospechoso.

Cuando se llevaron a la chica al hospital, y ya todo estaba más calmado, pude ver cómo mis compañeros tenían una cara de asombro cada vez que me miraban. Hasta ahora, no había tenido la oportunidad de hacer ver esta "cualidad". Pero aquí no acaba esta historia. De hecho, no fue más que el comienzo...

Una tarde de agosto, cuando ya estaba recogiendo las cosas para irme a casa, recibimos una llamada de Cruz Roja Málaga. Un barco con cerca de 40 inmigrantes iba a llegar en unas 3 horas al puerto de Málaga y necesitaban una dotación. También preguntaron por "el chico traductor".

-¿Quién le ha dicho eso?
-Este... Fui yo-dijo una compañera-. Estaba hablando con una amiga de Málaga y le conté lo sucedido.
-Venga, no hay tiempo. Víctor, ponte de nuevo el uniforme. Esta vez te llevamos a Málaga nosotros.

Todo sucedió muy rápido... Todo, hasta el momento en que nos pusimos en posición. Entonces pasé la hora y media más larga de toda mi vida. Cuando el barco llegó y se bajaron las compuertas, mi corazón latía a más de 200 por hora. No sabíamos qué iba a pasar, qué nos íbamos a encontrar... El grupo de triage entró en el barco. Se hizo un silencio sepulcral. Hasta que las primeras comunicaciones comenzaron a fluir:

-Aquí primer grupo de rescate. Tenemos unas 38 personas de diferente nacionalidad, mujeres y hombres, algunos menores de edad. Contamos cuatro mujeres en avanzado estado de gestación, serán las que salgan primeras. Imperativo traslado hospitalario; preparen las primeras ambulancias básicas.

A esto le siguieron un alto número de patologías, lesiones... Y entonces llegó ella: una mujer con ataque de ansiedad. Era mi momento: necesitaban a un traductor para saber qué le pasaba.
Y lo que le pasaba era horroroso: en resumen, había perdido a su marido y sus tres hijos durante la travesía.
Sin poder acabar de hablar con ella, la policía me solicitó para hablar con un hombre; querían saber cuántos iban a bordo. No me lo podía creer: comenzaron el viaje 56.

Pero esto no fue lo peor de todo. Lo peor, lo que me persiguió durante los días y semanas siguientes fue, ni más ni menos, que la prensa. Lo que yo había traducido, de un modo u otro había llegado a los titulares de toda la prensa escrita malagueña, y la mitad de las redacciones en España.

Entonces fue como una de mis grandes amigas en Cruz Roja, Cristina, me levantó la moral.

-No debes entristecerte. Al contrario. Debes alegrarte por haber sido de utilidad y haberte hecho un hueco aquí, que es lo más difícil. Yo que tú estaría orgulloso. Y, ¿sabes qué? Todos estamos orgullosos de tí.

Y era verdad. Cuando acabó de hablar conmigo, me dio una nota de parte de Cruz Roja Málaga, agradeciendo la labor prestada por el joven traductor. La nota decía que el cuerpo especial ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata ante Emergencias) estaría muy contento de contar en sus filas con alguien como yo.

Pero esa, chicos, es otra historia, todo a su debido tiempo...

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