viernes, 21 de mayo de 2010

Buscando la felicidad.

Capítulo 3. Cenicienta

Chicos, un verano en un pueblo costero, lleno de turistas y alejado de tu casa es lo mejor que alguien puede hacer para olvidar una relación. Y por aquel entonces a mí me servía, ya que vivía rodeado de buenas vistas al mar, a la playa... y a los (las) bañistas. ^^
Y como enfermero en puesto de socorro, la tranquilidad me brindaba que las mayores urgencias fuesen rozaduras, picaduras de medusa o tener que extraer las púas de erizo de los pies de la gente.

Las guardias nocturnas por Puerto Marina son una historia completamente diferente. De 11 de la noche a 6 de la mañana, plantamos nuestra ambulancia en los aparcamientos de la avenida del puerto deportivo y nos preparamos para todo lo que se nos eche encima: desde simples tiritas para chicas a las que les molesta los tacones, hasta traslados al hospital porque alguien se ha caído clavándose los añicos de su copa rota...
También están las típicas despedidas de soltero. Por aquel entonces, Puerto Marina era uno de los núcleos de celebración de despedidas de soltero más populares de toda Málaga. Es fácil reconocer al novio del resto del grupo: es el que viste más vistoso. Recuerdo una vez que un grupo de toreros, de los cuales el matador era, obviamente, el novio, se nos acercó, y uno gritó:

-Eeeeeh, qué pedazo de disfraz. ¡Y mirad, si han tuneado la furgo y todo! -sí, chicos, la "furgo" era nuestra ambulancia.

Pero una noche, mejor dicho, una mañana, puesto que el sol ya asomaba por el horizonte, pasó algo que nadie, ni siquiera yo, podría esperar.
Recibimos un aviso de que una chica se había torcido el tobillo y lo tenía como una pelota de tenis. Claro estaba que no podía andar, y cuando llegamos al bar donde se había producido el incidente, vimos que una chica se había caído de la tarima de la zona de baile. En estos casos la actuación es fácil. "Bolsa de frío, a la ambu y a volá p'al hospitá".

Cuando llegamos, y la dejamos, vimos que aún no había llegado ningún acompañante. Así que esperamos unos 20 minutos hasta que llegó en taxi una amiga.

-Gracias, no sé qué habríamos hecho sin vosotros.
-No tienes por qué darlas, para eso estamos -dije.
-Nosotras la habríamos traído, pero es que... Bueno... No nos fiábamos -apuntó con un movimiento de "empinar el codo", el cual entendí perfectamente.
-No te preocupes. Yo soy el primero que te agradece que no lo hayáis hecho. Bastantes accidentes de tráfico y borrachos tenemos que atender en una noche. Gracias a tí por ahorrarnos trabajo, jeje.
La que no andababa muy fina del todo era la amiga, que no había apenas bebido, pero no lo estaba pasando muy bien con un tobillo igual de hinchado que su muslo...

Al llegar a base y revisar que todo estaba bien, reponer el material usado y limpiar por dentro y por fuera, nos dimos cuenta de un detalle. Algo que alguien se había dejado...

-¿Un zapato de tacón? -dije.
-Sí, y rojo. Del número 39. Y de chica.
-Sí... me lo suponía. -por lo menos, eso esperaba. No recordaba haber atendido esa noche a "alguien" con tacones que no fuese una chica.
-¿Y no hay más? Es decir, ¿sólo uno?
-Sólo uno. ¿Qué hago con él?
-Guárdalo, igual alguien viene a recogerlo.
-¿Quién va a venir, Víctor? ¿y quién va a guardarlo?
-Aquí mismo, en las taquillas. Dame, en la mía hay sitio.
-Pues ahí se va a quedar a criar malvas. Nadie va a venir a buscarlo.
-Seguro que alguien viene, hombre. No seas así.


Nadie vino. Ni en las semanas ni en los meses siguientes, incluso cuando me fui de Benalmádena a CR Fuengirola, nunca más se volvió a saber de la dueña del zapato de tacón. Hasta un día.

Fuengirola, noviembre de 2008. Bar Bogart.

Era mi primer día en Fuengirola, y mis nuevos compañeros, de los cuales sólo conocía a dos, me hicieron una fiesta sorpresa de bienvenida a su nueva incorporación. Nos recorrimos todos los bares y acabamos allí, en el sitio más concurrido de todos. Al entrar ví una mesa de billar y no me lo pensé dos veces:

-¿Alguien juega?
Todos miraron a Nacho. Y soltaron carcajadas animándolo a jugar. La situación pintaba rara, así que pregunté.
-¿Pasa algo?
-Nada, nada. Juguemos. Sabes jugar, ¿verdad?
-Si no supiese, no te habría dicho nada.

Aquella noche recibí una soberana paliza. La mayor que se recuerda en décadas por estas tierras...
Luego, descubrí el motivo de las risas.
-Me presentaré mejor... Soy Nacho. Campeón de Andalucía, España... ¿quieres que siga? de billar. Encantado de tenerte en nuestras filas.
-Igualmente... Y recuérdame que la próxima vez pagues tú.
-De acuerdo, pero por lo menos ve tú a recoger las cervezas.

Y allá que fui, a la barra a por las 6 cervezas. Una chica que estaba al lado me habló.
-Bien jugado.
-Gracias, aunque ya podrías haberme visto en otra situación menos embarazosa...
-Si es que a quién se le ocurre. Nada menos que con el Campeonísimo.
-Ah, ¿conoces a Nacho?
-Para ser campeón primero tiene que jugar competiciones locales. Él comenzó aquí, en este mismo bar. Todos le conocemos.
-Vaya, así que todo el bar confabulado con él para reírse del nuevo, ¿no?
-Algo así, sí -dijo riéndose.- Por cierto, me llamo Tania.
-Yo Víctor, encantado. Soy el nuevo enfermero de Cruz Roja Fuengirola.
-Vaya, Cruz Roja... Una vez tuvísteis que atenderme.
-Ah, ¿sí? Bueno, hasta hoy yo era de Benalmádena, así que no creo que...
-El caso es que sí fue en Benalmádena donde me atendieron. Y también me suena tu cara, por cierto.

Y cuando me contó la historia...

-¡Cenicienta!
-¿Qué? -me miró con cara rara, lo cual era de lo más normal.
-Bueno... así es como te llamaban mis compañeros en Benalmádena, encontramos el zapato, y lo guardamos... bueno, lo guardé esperando que algún día fueses a recogerlo.
-¿Aún lo tienes? Vaya... el caso es que yo también conservo el otro.
-Pues... cuando quieras, vamos a recogerlo. Supongo que aún lo tendrán en algún sitio.

El caso, chicos, es que, aunque nunca se lo haya contado a nadie, desde el primer momento en que la ví me quedé prendado de Tania. Sé que no debería, no sólo porque en un primer momento ella era una paciente y yo un enfermero, pero de algún modo, sea por lo que sea, sabía que volveríamos a encontrarnos, algún día.

Y esa noche fue fantástica. No solo porque había encontrado por fin a Cenicienta, sino porque aquél fue el inicio de una larga y duradera amistad que aún a día de hoy perdura. Así que, chicos, esta es la historia de cómo conocí a la que ahora es mi... amiga, sí; sigue siendo sólo amiga, Tania. Pero volveremos a ella más adelante. Porque esta, chicos, como ya he dicho, es una historia muy larga.

1 comentario:

  1. Madre mía! que bonita historia... parece de película, la verdad, me gustaría leer algún día como termina ^^

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